La crueldad infantil

Hemos creado un monstruo. Hablo del refranero español, de las frases hechas, los dichos, las sentencias que ocupan una parte de nuestros pensamientos y que pocos se detienen a cuestionar. Si el río suena agua lleva, piensa mal y acertarás, a quien madruga Dios le ayuda (¿por qué?) etcétera. Nos las hemos creído. Del tirón. Una de las frases que estos días he escuchado más y que incluso yo mismo he empleado a cuenta del suicidio de un niño víctima de acoso ha sido: los niños son muy crueles. ¿Por qué han de serlo?, ¿no será que están imitando comportamientos que ven en su entorno o que los educadores no aciertan a atajar estas conductas?

La crueldad de los niños la hemos sufrido todos o casi todos. Seguramente también fuimos crueles nosotros. Recuerdo a raíz del lamentable suceso del pequeño Diego un viaje a una ciudad española cuando era pequeño. Tendría seis o siete años. Jugaba en el parque y un niño golpeó a una niña, que sangró por la nariz. Aquello me marcó. No entendía la violencia, de hecho nunca la entendí. No lograba comprender que hubiera compañeros capaces de ultrajar y herir de esa manera. ¿Se puede educar para cambiar estos comportamientos?, ¿no son los niños esencialmente buenos?

No soy pedagogo, pero quiero pensar que estos malos hábitos se pueden reconducir. Porque los niños sí creo que son buenos por naturaleza y del mismo modo que se les puede enseñar una disciplina artística o un deporte y motivarlos y entusiasmarlos para ello, pueden aprender a convivir en armonía, sin aplastar al débil, sin sentirse líderes por ejercer la ofensa. ¡Claro que es posible! Estoy convencido de que si estos problemas se resolvieran durante la infancia y la adolescencia (que dura hasta la universidad) nuestra sociedad sería mucho mejor. Es cierto que falta un pacto educativo, pero la resolución de este asunto es inaplazable. Me consta que en muchos centros ya se está abordando. Ese es el camino.