Almería, en bici

Cuando cuentas por ahí que en Almería, en pleno invierno, tenemos veinte grados de temperatura y un sol espléndido mucha gente no se lo cree. Si a eso le sumas unos paisajes fantásticos puede que quien te escuche sienta una indisimulada envidia, que es adonde yo quiero llegar 🙂 Venid, no lo dudéis, ¡esto es el paraíso!

Pues bien, el sábado cogí la bici para dar una vuelta. Era la idea. Sin embargo, me pudo la curiosidad, el conocer lugares por los que he pasado siempre muy cerca pero que no me he atrevido nunca a profundizar, y emprendí una ruta que me llevaría nada menos que cinco horas de sufrimiento, con sed -no me llevé agua, incauto de mí-, alguna caída sin importancia pero, sobre todo, disfrutando una barbaridad. Por la zona creo que suele andar también con la bici David Bisbal, muy aficionado a este deporte.

Recorrí el viejo camino entre Almería y Aguadulce, por encima del Cañarete y de la autovía, desconocido para la mayoría de los almerienses. Senderos impracticables de ripio, grandes pendientes, restos de la antigua carretera junto a pequeños arbustos de la Sierra de Gádor, algunas perdices… y con la ilusión de ver cabras montesas, que finalmente no vi. Los almerienses estamos acostumbrados a ver estos animales en el Cañarete, pues bajan desde las cumbres más altas de la sierra. Aquí también hay especies vegetales endémicas, camaleones y un caracol con la concha achatada bastante curioso.

La bicicleta tiene un aspecto que la hace muy diferente a otros deportes: el grado de sufrimiento que puedes tener es altísimo. Pero te gusta. Sabes que es el precio a pagar, y que una vez que llegues a la meta te sentirás realmente bien. Es una sensación que me gusta extrapolar a la vida en general. Cuanto más difícil es algo mayor será la satisfacción al lograrlo. Y si no lo conseguiste no importa, pues aprendiste en el camino, viviste experiencias y acumulaste sabiduría, que al fin y al cabo es de lo que trata la vida.